sábado, febrero 12, 2005

26-La boda.

El brahmán de Josala pronunció con tono solemne la primera frase de los antiguos votos de la ceremonia del enlace:-quién otorga a la novia?-
La ceremonia había comenzado.
El rey Prasenajit, imaginando ya la fortuna y riqueza que dicho enlace le reportaría, contesto satisfecho:-Yo.-
Obligado por el protocolo, el príncipe Virudaja ofreció al rey Suddhodana una copa de plata que contenía miel y cuajada. Acto seguido ofreció a Siddharta otra copa que contenía los mismos ingredientes. Tras tomar el sorbo tradicional, Siddharta devolvió la copa a Virudaja que la deposito junto a la primera.
Virudaja se acerco a Suddhodana y le murmuro al oído:-Ningún rito sobre la tierra ni en los cielos podrá unir a nuestras familias.-
Los dos hombres se miraron con desprecio. Virudaja observo la tristeza y el temor que expresaba el rostro del monarca.
Al oír la amenaza que había proferido Virudaja, Siddharta dijo sonriendo:-Mi futuro hermano hace gala de una excelente intuición. En efecto, los ritos no tienen ningún significado, al igual que los torneos para demostrar el valor. Si uno no utiliza la destreza y la sabiduría, todas las empresas fracasan.-
El brahmán de Josala le indicó al novio que se aproximara y dijo:-Acércate, Siddharta, y toma a tu esposa, Yasodhara.-
Incapaz de disimular su nerviosismo ni el deseo de contemplar a la novia, Siddharta se dirigió apresuradamente hacia la pequeña tienda donde lo aguardaba Yasodhara.
Al entrar se detuvo frente a su prometida, maravillado de su extraordinaria belleza. Los dos jóvenes se miraron arrobados, con las palmas de las manos unidas al frente, ajenos a cuanto los rodeaba.
Yasodhara estaba radiante con su ceñida túnica de seda roja. Se había levantado al amanecer para acicalarse antes de la ceremonia. Llevaba el cabello perfumado con madera de sándalo y peinado en una gruesa trenza sobre la frente, sobre la que sus doncellas habían espolvoreado unos polvos de oro antes de colocarle un velo rojo. Se había puesto un collar y unos brazaletes de rubíes. Un rubí decoraba la parte izquierda de su nariz. De sus orejas colgaban unos pendientes de oro que representaban unos diminutos leones. La atmósfera estaba impregnada del perfume de una guirnalda de flores color violeta. Yasodhara lucia por primera vez los colores de Sakya, su nueva patria.
Siddharta y Yasodhara se arrodillaron cara a cara sobre los sagrados Gadis, unos almohadones amarillos dispuestos bajo el Toran, el emblema de la casa real de Josala.
La pareja tan solo veía la silueta del brahmán de Josala, que se recortaba sobre la diáfana cortina roja de la tienda, mientras el sacerdote pronunciaba las palabras destinadas a unirlos en matrimonio. Nadie mas hablaba, pues la ceremonia estaba destinada únicamente a la pareja.
-Que Brahma os conceda hijos, e hijos a vuestros hijos, y los bendiga otorgándoles fortuna y larga vida, Suvriktim Indráya Brahma Swayamara.
Siddharta estrecho la mano de Yasodhara. Los dos jóvenes se miraron tiernamente a los ojos.
Cuando Siddharta hablo, Yasodhara escucho atentamente para asimilar sus palabras en lo mas profundo del corazón.
-Al igual que mi sombra, serás mía para siempre. Para amarme en la alegría y el dolor, ya para consolarme a la hora de la muerte.-dijo Siddharta con fervor.
-Al igual que tu sombra, mi virtud me vincula como tu esposa. Para amarte en la alegría y el dolor, y para ser tuya en la vida y en la muerte.-respondió Yasodhara, profundamente conmovida.
A continuación Siddharta tomo la sagrada cinta de seda blanca que yacía sobre un cojín, y paso un extremo alrededor de su cintura y el otro en torno de la cintura de Yasodhara, mientras pronunciaba los votos sagrados:-A partir de hoy, Yasodhara, pensaremos, obraremos y sentiremos como una sola persona. Tú eres la melodía, yo las palabras.-
-Pensaremos, obraremos y sentiremos como una sola persona.-respondió Yasodhara con suavidad.-Tu eres las palabras, yo la melodía.-
Mirándose a los ojos y tomados de la mano, Yasodhara y Siddharta quedaron unidos ante el mundo y ante sí mismos.

25-La victoria.

A continuación, ato un extremo de la cuerda a otra flecha, utilizando la mano que tenia libre y los dientes, y la lanzo con todas sus fuerzas. La flecha se clavó en las gruesas raíces del Puente Vivo. Sujetando la cuerda con las dos manos, Siddharta salto de la roca y quedo suspendido sobre el vacío.
Virudaja hizo girar la carroza y se lanzo a galope hacia la flecha que le proclamaría vencedor del torneo. Los josalas comenzaron a lanzar gritos de jubilo, mientras los sakyas proferían amenazas y maldiciones contra sus enemigos.
Siddharta se balanceaba bajo el puente, adquiriendo cada vez mayor altura, hasta que por fin se soltó y aterrizo de bruces en una saliente del precipicio. Mientras sostenía la cuerda con una mano el príncipe de los sakyas coloco otra flecha en el arco y la sujeto entre los dientes.
En el preciso instante en que Virudaja se inclinaba sobre el costado de la carroza para recoger la flecha, Siddharta tenso la cuerda del arco con los dientes y disparo el proyectil, que se clavo en la mano de Virudaja.
Virudaja contemplaba atónito la flecha que le había atravesado la mano. Lanzando un grito de dolor, consiguió arrancársela. Los josalas lo aclamaron por su valor, mientras Virudaja sonreía, satisfecho.
Sujetando la cuerda con fuerza, Siddharta salto y se encaramo sobre el puente.
Pese al frio reinante, Suddhodana estaba empapado en sudor. Asvapati tenia los ojos cerrados y rezaba a todos los dioses conocidos, rogándoles que salvaran la vida de Siddharta.
Siddharta miro a Yasodhara y sonrió mientras corría hacia su carroza, junto a la cual le aguardaba Ananda.
-Tu caballo es demasiado nervioso.-dijo este a Siddharta.-No podrás montarlo en un terreno montañoso.-
Al volverse Siddharta vio las serpientes que yacían en el suelo, aplastadas por las ruedas de la carroza. Ananda y Siddharta se miraron como solían hacerlo cuando eran niños.
-Ahora veras.-dijo Siddharta, guiñando un ojo a su amigo.
Tras estas palabras, se monto de un salto en la carroza y echo a galopar hacia la flecha, que seguía clavada en las tablas del puente.
Las nubes se habían hecho más densas y la lluvia caía incesantemente...
Cuando Virudaja vio a su rival dirigiéndose hacia donde se encontraba la flecha, grito enfurecido:-Nooooo!-
Con el rostro contraído en una mueca de odio y la mano sangrando, agarró las riendas de la carroza y se lanzo tras Siddharta. Los dos príncipes corrían a toda velocidad, como los antiguos dioses de la tormenta, como Indra, vencedor de la guerra de los dioses, blandiendo las armas y tratando de asestar un golpe mortal a su adversario.
De pronto, Siddharta se detuvo bruscamente a pocos metros de la flecha.
Virudaja tiro de las riendas para frenar a los caballos y miro extrañado a Siddharta. Al cabo de unos instantes, decidió aprovecharse de la vacilación del príncipe Sakya, y salió disparado de nuevo hacia la flecha.
Siddharta disparo una flecha, que se clavo en un rueda de la carroza de Virudaja. El príncipe de Josala salió despedido del vehículo. Furioso, chorreando agua y sangre, Virudaja echó a correr hacia la flecha como un poseso.
Siddharta permaneció inmóvil, mientras la lluvia se deslizaba por su hermoso rostro, contemplando con curiosidad a su rival. Luego, lentamente colocó otra flecha en el arco y la disparo. El misil surcó los aires y se clavo en la sandalia de Virudaja.
El tamborileo de la lluvia sofocaba los gritos de dolor del príncipe de Josala. Mientras el joven trataba de quitarse la sandalia, una segunda flecha atravesó la otra sandalia, de forma que quedo inmovilizado. Pálido y aterrado, Virudaja trato desesperadamente de descalzarse, mientras los ágiles caballos de su enemigo se precipitaban hacia él.
Entusiasmado, el rey Suddhodana se volvió hacia Asvapati y le asesto un golpe con el cetro que estuvo a punto de derribarlo. Siddharta, inclinado sobre el costado de su carroza, arranco la flecha que estaba clavada en el puente mientras su enemigo, horrorizado, se cubría el rostro con las manos. Unos momentos antes de producirse el impacto, Siddharta se volvió bruscamente y el carruaje se detuvo.
Los presentes habían enmudecido. Solo se oía el batir de la lluvia.
Siddharta coloco la flecha en el arco, apunto hacia la diana y disparo. La flecha voló a través de los aires y fue a clavarse en el centro de los blancos pétalos del mandala de la vida.
El rey Prasenajit miro al príncipe victorioso y a la radiante princesa y se froto la barbilla, pensativo.

viernes, febrero 11, 2005

24-La trampa.

Siddharta dispuso a su caballo, Jantaka, para que controlara la carroza, mientras disparaba una flecha contra el arnés que sujetaba el caballo de Virudaja a la carroza. La flecha voló a través de los aires y alcanzo su objetivo, pero el arnés estaba reforzado con metal y no llego a partirse el. Siddharta tomo de nuevo las riendas y al pasar a toda velocidad junto a Virudaja, este le grito:
-Has perdido facultades!-
-Es posible...-contesto Siddharta con una sonrisa.
Las dos carrozas volvieron a cruzarse como unos tornados. Mientras Siddharta disparaba otra flecha con la punta de cuarzo contra su enemigo, Virudaja abrió la bolsa que llevaba y dejo caer el contenido sobre la correa que sujetaba a los caballos de Siddharta.
Al recordar la muerte de su padre, Suddhodana se levanto de un salto y lanzo un grito, mientras Asvapati y los dos jóvenes presenciaban aterrados la lucha entre Siddharta y Virudaja. Los sakyas gritaron, pero sus palabras quedaron sofocadas por la lluvia torrencial.
De la bolsa de cuero salieron unas pequeñas serpientes venenosas, marrones y negras, que se deslizaron por debajo de la armadura del alazán junto a Jantaka, el amado corcel de Siddharta.
En aquellos momentos se desato una violenta tormenta. Los truenos se mezclaron con los relinchos de los caballos de Siddharta, conscientes de las peligrosas intrusas. El alazán se encabritó y agito las patas delanteras, en un intento de desprenderse de los reptiles, Jantaka permaneció relativamente tranquilo, mientras Siddharta se esforzaba inútilmente en controlar a su pobre alazán. Cegado por el temor, el caballo echo a correr desbocado hacia el borde del puente, arrastrando consigo a Jantaka y a la carroza de Siddharta.
Los sakyas se pusieron en pie, pálidos y aterrados, mientras los josalas sonreían satisfechos. Yasodhara presenciaba sobrecogida el espectáculo. Su húmedo cabello, aplastado sobre la frente, la hacia aparecer aun más bella.
El rumor de la lluvia amortiguaba los sonidos de la batalla.
Siddharta tiro de las riendas y la carroza se detuvo justo al borde del precipicio. Pero los truenos asustaron de nuevo a los animales, que echaron a correr como poseídos por los demonios hacia el extremo del puente donde se hallaban los sakyas. Pálido y fatigado, Siddharta trato de detenerlos en vano. De pronto, cayo de la carroza y rodó por el puente.
Los josalas y los sakyas se quedaron mudos, mientras en sus rostros se pintaba una expresión de incredulidad, ira, temor, desesperación, dolor y alegría.
Al cabo de unos instantes, los sakyas comprobaron aliviados que Siddharta se había aferrado al borde del puente. Lentamente, con grandes esfuerzos, consiguió incorporarse. Tanto Suddhodana como Yasodhara, situados a ambos extremos del puente, lanzaron un suspiro de alivio, mientras los ojos se les llenaban de lagrimas. Los dos se miraron, sintiéndose unidos en su angustia y temor por la vida de Siddharta.
La carroza de Virudaja pasó a toda velocidad junto a Siddharta, quien se había encaramado en el borde de la plataforma. Sorprendido, Siddharta tropezó y cayó al vacío. Aterrado, el rey Suddhodana se llevo una mano al pecho.
Yasodhara sollozaba sin apartar la vista del puente. Los únicos capaces de moverse eran Chandaka y Ananda, quienes echaron a correr hacia el borde del precipicio.
Siddharta estaba suspendido de la rama de un gigantesco árbol, a escasa distancia de la superficie. De repente, un relámpago se abatió sobre el árbol, arrojando al príncipe Sakya contra las rocas del precipicio. Pálido y sangrando, Siddharta consiguió agarrarse a una roca, pero estaba resbaladiza y el joven príncipe empezó a deslizarse inexorablemente por la pendiente. En un momento de extraordinaria lucidez, cuando estaba a punto de precipitarse al vacío, Siddharta clavo una flecha con la punta de cuarzo en la roca y logro detener su caída.

23-La justa.

Por fin llego el momento del duelo. Los josalas charlaban nerviosamente entre sí y hacían apuestas. Los sakyas parecían más tranquilos.
Siddharta subió a la carroza de madera, adornada con unas imágenes doradas de Surya, el dios del sol, y sus siete caballos. Se colgó la espada al cinto y sujeto el arco, las flechas y una cuerda al peto de su armadura.
-Los hombres que se apoyan en unas bendiciones y en la traición suelen ser muy vulnerables.-dijo Siddharta a sus amigos de la infancia.-Carecen del arma más poderosa que puede poseer un hombre: la confianza en sí mismo.
Su breve discurso animó a cuantos lo rodeaban. Su padre lo miró sin apenas parpadear, tratando de ocultar su nerviosismo. Siddharta se dirigió lentamente a ocupar su lugar junto a la gigantesca higuera. Sus caballos sacudían la cabeza y relinchaban como si olfatearan el peligro. Al otro lado del desfiladero, el príncipe Virudaja monto también en su carroza, armado hasta los dientes y sujetando el escudo, decidió a aniquilar a su oponente. Antes de partir, miro a su general y dijo:-La bolsa...-
Disimuladamente, el general entregó a Virudaja una bolsa de cuero. El príncipe de Josala miro en el interior y sonrió, satisfecho.
El rey Prasenajit se levanto y el gran chambelán le entrego un magnifico arco dorado. El monarca colocó en el una flecha de plata y la disparo hacia las nubes. Tras describir una parábola en el aire, la flecha fue a clavarse en el centro del puente, equidistante de ambos contendientes. El gran chambelán, ataviado con una siniestra túnica negra bordad en plata, aplaudió al rey, quien le devolvió el arco. Acto seguido, Prasenajit se dirigió a los dos príncipes que estaban en sus carrozas a ambos lados del puente, listos para partir.
-Príncipe Siddharta de Sakya, príncipe Virudaja de Josala, quien consiga recuperar la flecha y dispararla al centro del mandala, se alzara con la victoria.-declaro el rey, señalando un hermoso mandala situado en lo alto de la higuera que había en el lado de los josalas. En el centro había una flor de loto que constituía la diana. Un tenso silencio cayo entre los presentes. El gran chambelán levantó la bandera de salida y exclamo:-Preparados!-
Virudaja miro nervioso a su rival. Siddharta permaneció impasible. Luego se inclino hacia delante, acaricio a su caballo y le murmuro unas palabras de aliento. El gran chambelán bajo la bandera bruscamente. Los dos príncipes azuzaron a sus caballos y partieron a toda velocidad hacia el lugar donde se hallaba clavada la flecha, mientras las tablas del puente crujían peligrosamente con el peso de las carrozas.
Siddharta desenvaino rápidamente la espada, cuya hoja relucía bajo los rayos del sol. Virudaja esgrimió también su contundente arma, forjada en metal oscuro. Los dos hombres alcanzaron la flecha casi simultáneamente, esquivando hábilmente la espada de su rival.
Tras haberse cruzado sin resultar heridos, los guerreros obligaron a sus caballos a dar media vuelta para emprender el siguiente asalto.

22-Recuerdos.

Mahabali descendió del planetario y condujo a Siddharta, que lo seguía como un pequeño cachorro de león a su madre, hacia la gigantesca pirámide que se erguía en el centro de la necrópolis. Tras penetrar en su tenebroso interior subieron a los aposentos privados de Mahabali. La primera habitación tenia forma redonda y el techo bajo, como una burbuja situada en la cima de la elevada pirámide. En el centro de ella había una mesa y dos sillas.
Mahabali descendió unas teas colocadas en las paredes circulares y la oscilante luz de las llamas iluminó la habitación.
-Has crecido.-observo el maestro con tristeza.-Pronto te convertirás en un hombre y deberás elegir tu camino. Vivo solo, no tengo esposa ni hijos a quien dejar mi importante legado. He consagrado mi vida a la ciencia. Mi viejo corazón descansara en paz sabiendo que continuaras mi labor.-
Con aire de misterio, Mahabali coloco tres pequeños discos de metal sobre una losa. Los discos representaban a los tres dioses principales: Brama el creador, Visnú el preservador y Siva el destructor.
-Elige una carta, la que quieras. Brama, Visnú o Siva.-Los muros de piedra amplificaban la potente voz de Mahabali.-Pero debo advertirte que ya sé cual escogerás. Te lo demostrare cuando lo hayas elegido.-
Como conocía muy bien a su maestro, Siddharta se pregunto que estaría tramando. Miro las cartas y luego al renegado, quien lo observaba con aire burlón.
Tras dudar unos instantes, el joven eligió la carta con la efigie de Siva el destructor, el dios blanco.
-He elegido a Siva, ahora demuéstrame como lo sabias.-
-Mira detrás de la puerta.-respondió Mahabali, señalando una pequeña abertura en el muro de piedra.
Al abrir la puerta, Siddharta descubrió un pequeño compartimiento de madera que contenía una estatua delicadamente tallada de Siva bailando al ritmo del tiempo. Sus cuatro esbeltos brazos sostenían un arco, un tridente, una lanza y un hacha. Siddharta contemplo durante unos instantes la estatua, cautivado por su belleza. Luego pregunto a su maestro:-Cómo lo has conseguido, Mahabali?-
El anciano sonrió.
-Quién eligió primero, tu o yo?-
-Hazlo de nuevo.-pidió Siddharta, arrojando la carta sobre la losa.
-Muy bien.-accedió Mahabali, mirando fijamente a Siddharta con sus ojos negros verdosos.-Pero si quieres que vuelva a realizar el truco, debes olvidar lo que has visto.-
-Pero entonces no descubriré como lo haces.-protesto Siddharta.
-Exactamente. Cuando mueras e inicies una nueva vida, debes olvidar lo que has vivido antes.-
Tras reflexionar unos instantes, Siddharta decidió aceptar de momento las reglas del juego.
-De acuerdo, digamos que he olvidado. Hazlo de nuevo.-
El joven príncipe eligió otra carta y la mostró a Mahabali. En el centro del loto dorado de la tierra aparecía la efigie de Brahma.
Mahabali señalo de inmediato una segunda puerta en el muro y dijo:-Mira tras ella.-
El joven Siddharta miro recelosamente a Mahabali antes de abrir la puerta. Tras el umbral, debajo de una vela, había una estatua de Brahma el creador. Siddharta vacilo unos instantes. De golpe comprendió el truco. En el tercer compartimiento había una pequeña estatua de Visnú dormido sobre un océano de leche, con la cabeza apoyada sobre la cola del rey serpiente.
-Me has engañado!-exclamo furioso.-Tres cartas y tres puertas! No importa la carta que elija...-
El maestro se echo a reír y contesto:-Creías que se trataba de una predicción... Pues bien, con Brahma sucede lo mismo. Eres libre siempre y cuando aceptes las reglas del juego en cada vida.-
Acto seguido Mahabali se dirigió a la puerta y golpeo con fuerza la rueda del mundo. El estruendo retumbo por toda la ciudadela, aplacando la ira de Siddharta. Satisfecho con el resultado, Mahabali se sentó de nuevo.
-Sin embargo, nuestro brahmán dice que todo es un sueño.-señalo Siddharta, ahora otra vez serio.
-Eso es lo que dicen los soñadores. Y los físicos y los alquimistas afirman que se trata de matemáticas y química.-respondió Mahabali.-Cada cual dice lo que cree y lo que mejor domina.-
-Pero Asvapati asegura que es una fantasía.-insistió Siddharta.
-Fantasía! Fantasía! Tienes el mismo carácter que tu padre. Si yo fuera tan rico como el sumo sacerdote, también creería que el mundo es una fantasía.
El joven y su maestro se miraron con aire desafiante.
-Y si nos negamos a jugar ese juego?
-No puedes negarte. Siempre existe un juego, aunque te niegues a participar.-
-De acuerdo. Pero no con esas reglas.-
-Y que reglas utilizaríamos? Las tuyas?-inquirió el sabio.-No basta con preguntar y quejarte, Siddharta... Lo importante es crear. Me gusta tomarte el pelo, pero sé que un día me sentiré orgulloso de ti, y tu me recordaras con afecto al evocar los momentos que hemos pasado juntos.
Siddharta recordaba su infancia, su aprendizaje con Mahabali, mirando el Puente Vivo. Ese era el lugar donde pronto se batiría a duelo con Virudaja. Allí, frente al riesgo cada vez más cercano de perder la vida, Siddharta rememoro sus pasos y medito sobre todo lo que había aprendido. Muchas veces hacia lo mismo ante un desafío próximo.
Dejando atrás el palacio envuelto en una nube de polvo, Suddhodana espoleo a su caballo y partió al galope hacia el Puente Vivo para reunirse con Siddharta.
Sobre el horizonte se cernían unos espesos nubarrones. El sol se deslizaba entre ellos, pero el aire resultaba casi irrespirable. Se aproximaba el monzón.
Al cabo de una hora, el rey llego exhausto al Puente Vivo , una imponente formación natural compuesta de las poderosas raíces de dos gigantescas higueras situadas a ambos lados de un profundo precipicio, formaban un puente suspendido sobre el vacío. El puente se hallaba a mitad de camino entre Sakya y el Himalaya. El puente estaba rodeado de una abundante vegetación y la hierba llegaba hasta las rodillas.
Siddharta estaba de pie al borde del precipicio, observando el puente y el vacío que se abría a sus pies. El rey desmonto y se acerco a su hijo.
-Mañana es el día.-dijo con cierta amargura.-El recuerdo de mi padre, que murió a manos del padre de Prasenajit, me atormenta. La ultima vez que lo vi, la sangre le manaba del pecho. Al distinguirme entre la multitud, me dirigió una mirada que expresaba todo el cariño que sentía por mí. No podía creer que mi padre, un hombre fuerte y orgulloso, que siempre me había apoyado y protegido, me hubiera abandonado. Por que no se había preparado para la justa? Por que había dejado que el traidor lo matara? Sé que me he comportado fríamente contigo.-confeso Suddhodana, cerrando los ojos.-He estado muy ocupado con mis tierras. Tu rostro me recuerda al de mi difunta esposa. Me duele verte y me duele no verte... Tengo que salvar las diferencias que nos separan antes de que sea demasiado tarde. No dudes nunca de mi profundo amor hacia ti. A los guerreros y los reyes nos resulta difícil expresar nuestros sentimientos, que muy pronto aprendemos a ocultar y reprimir... Ojalá hubiera llegado a conocer mejor a mi padre! Mi padre debió ganar el torneo, pero hicieron trampa. Malditos esos traidores de Josala! No estaba preparado para la muerte de mi padre.-concluyo el monarca con voz temblorosa.
-Nunca estamos preparados para la muerte.-respondió Siddharta.
-No tuve ocasión de decir a mi padre lo mucho que lo quería, y no voy a arriesgarme a cometer el mismo error.-dijo Suddhodana.-Te quiero, hijo mío.-
El rey miró a Siddharta profundamente conmovido. Siddharta trato de reprimir las lagrimas. Sus hermosos ojos azules expresaban todo el amor que sentía por su desdichado padre. Suavemente, le tomo la mano y dijo:-Yo también te quiero, padre. El cariño que siento hacia ti me inspira. Mañana venceré. Te doy mi palabra.-

sábado, febrero 05, 2005

21-El universo.

De repente, el renegado desapareció por una estrecha abertura en la pared de la pirámide.
Siddharta se quedo desconcertado ante la repentina desaparición de su maestro. Al cabo de unos momentos oyó un extraño ruido procedente del interior de la pirámide. A medida que el sonido adquiría un ritmo más cadencioso, capto una especie de chirrido. Asombrado, comprobó que la inmensa estructura, con sus anillos y estatuas, había comenzado a girar...
Al cabo de unos instantes apareció de nuevo Mahabali con aire triunfal. Al ver la expresión del niño, el sabio echo a reír, satisfecho del perfecto funcionamiento de la estructura.
-Supongo que ahora me preguntaras, como fue construido el universo.-dijo a Siddharta.-Una pregunta muy apropiada para un niño de diez años.-
El sabio sonrió. Siddharta tenia la inteligencia de un gran científico.
-Con la historia de la creación concluirá la sesión de esta noche. Al combinar los elementos de la tierra, el fuego, el agua y el viento, Brahma creó el mundo en forma de rueda, con siete continentes. Luego coloco la rueda sobre los hombros de cuatro elefantes. En el centro del mundo esta Sumeru. La montaña sagrada esta rodeada por el Ganges, el río sagrado que, a su vez, esta rodeado por los océanos, las montañas, los lagos y los ríos. Himavat y las montañas constituyen los hogares de los dioses: Brahma el creador, Siva el destructor, Visnu el preservador y otras importantes deidades. Los valles y las tierras bajas que ves aquí.-prosiguió Mahabali, señalando las correspondientes figuras.-están reservados a los nagas y a los demonios, y los nueve planetas vienen a completar el orden del cosmos: Surya, el dios dorado del sol, montado de una carroza de una rueda tirada por siete caballos; Chandras, el dios blanco de la luna, con una media luna en la frente, que cabalga sobre un ciervo; Nakshatrasa, las constelaciones de las esferas del mundo mas allá del nuestro...-
Siddharta seguía cada gesto de Mahabali mientras este le indicaba con una vara de madera los cuatro elementos esculpidos en marfil y todos los factores principales del universo.
Luego, Mahabali se volvió sobre la plataforma y señalo los dioses secundarios que aparecían representados en la parte superior de la pirámide: los rakshasas, unos dioses con forma de demonios cuyo poder aumentaba a partir de la medianoche; los nagas, unos seres con forma humana de la cintura para arriba y cola de serpiente, dotados de dientes ponzoñosos y siete cabezas. Mahabali revelo a Siddharta la identidad de cada uno de los dioses, mientras que el niño lo escuchaba todo embelesado.
Mahabali enseño a Siddharta a contemplar la vida como si fuera una novedad, una nueva creación, una nueva esencia que debía ser analizada por sus propios meritos. Los demás creían que no existía nada nuevo, solo continuidad.
Mahabali estaba colgado boca abajo, con una cuerda sujeta a la cintura, sobre su gigantesca pirámide, ajustando el mecanismo que controlaba la rotación de los anillos cónicos que giraban alrededor de la rueda que simbolizaba el mundo.
El niño había cumplido quince años, pero aun tenia que aprender un par de cosas.
-Pásame la aceitera, Siddharta.-pidió el astrólogo.
Siddharta, vestido como de costumbre con un dhoti rojo, con su largo cabello negro suelto, obedeció.
-Cómo lo sabes, Mahabali? Respóndeme.-
Los años no habían mermado la infinita curiosidad del joven.
Siddharta entrego también al anciano un pequeño martillo que este se apresuro a blandir contra la estructura.
-A que te refieres?-pregunto Mahabali, sin dejar de martillar.
-A que el universo nunca se detiene para ser reparado.-respondió Siddharta.
Mahabali el renegado lo miró sonriendo, con el cabello enmarañado y manchado de aceite y el rostro contraído en un extraño rictus debido al efecto de la gravedad.
-No puede detenerse! Todo esta relacionado. Lo que sucede aquí...-
A fin de que Siddharta lo entendiera mejor, Mahabali indico con el martillo un punto en la oxidada superficie del mundo.
-...repercute aquí.-El astrólogo señalo uno de los cuerpos celestiales.-Y lo que se mueve bajo ese circulo concéntrico resuena allí.-añadió, propinando un sonoro golpe sobre uno de los círculos del complejo mecanismo.-A cada efecto le corresponde una causa conocida. A cada causa, un efecto previsible. Así es el universo. Limpio y sencillo. Solo necesita continuar.-
-Así pues, nada es obra del azar?-inquirió Siddharta.
-El azar es un mal asunto.-contesto el anciano.
-Pero como voy a ser responsable de mis actos si no puedo elegir?-insistió Siddharta.
Tras no pocos esfuerzos, Mahabali consiguió incorporarse y se sentó sobre la trompa de un elefante.
-Claro que puedes elegir... en cierto sentido. Los dos somos los creadores de nuestra realidad y victimas de la creación. Te lo demostrare...-

20-Mahabali.

La única compañía de Mahabali el renegado eran sus alumnos, hijos de padres ricos y ambiciosos. Sin embargo, debido a su insoportable vanidad y escasa paciencia, los alumnos no le duraban mas de un mes. Mahabali conseguía aterrar a todo el mundo con su intempestivo carácter.
Excepto a Siddharta.
El niño tenia una dignidad que lo diferenciaba de los demás mocosos a los que Mahabali había enseñado. Siddharta, que había cumplido diez años, permanecía sentado con las piernas cruzadas sobre una columna, entre las ruinas de un viejo templo, escuchando atentamente las lecciones de su maestro. Llevaba un Kurta de seda blanca, un chaleco bordado con perlas y el pelo recogido en un moño.
Mientras Mahabali observaba a su alumno, pensaba: “Le enseñare el universo, le abriré todas las puertas, pues soy Mahabali el renegado, astrólogo, cosmólogo, astrónomo, matemático, adivino, medico, físico, alquimista y músico por excelencia... Le enseñare a captar el poder de la música, el poder de la danza de Siva, el ritmo que regula el universo, en lugar de las estupideces que enseñan los ignorantes sacerdotes.”
Siddharta aprendió que el sol eclipsaba a la luna, que el hombre no era simplemente, un microcosmos del universo, sino que estaba bajo la influencia de las estrellas y los grandes planetas... aprendió las influencias astrológicas y de los planetas. aprendió todo lo referente a la medicina, el cuerpo, las heridas, las hierbas y los elixires...
Luego, maestro y alumno se dirigieron agarrados de la mano hacia las inmensas ruinas de una construcción en forma de la pirámide. Los muros estaban adornados con miles de estatuas de unos seres metafísicos vedicos, en la parte superior se hallaban los devas, los dioses y espíritus benévolos, mientras que en la parte inferior aparecían los Nagas, dioses-serpientes de múltiples cabezas, y los demonios. Pero lo más asombroso era una gigantesca estructura mecánica, de forma esférica, colocada en la cima de la pirámide, que simbolizaba el universo, con una inmensa rueda plana que representaba el mundo había una torre colosal, el monte Sumeru, o Himavat, donde vive Brahma. Alrededor de la rueda y la torre había siete anillos concéntricos superiores y treinta y tres inferiores que simbolizaban el cielo. El universo estaba presidido por una estatua de Indra, el valiente y poderoso dios del trueno, quien vive entre las llamas del sol y es también el rey de los dioses. Mas abajo había unos anillos que simbolizaban los siete océanos, las seis cordilleras y los nueve cuerpos celestes.
Siddharta se detuvo al pie de la gigantesca estructura, mientras Mahabali, indiferente ante la poderosa presencia de las deidades, trepaba por una escalera que conducía a lo alto. Cuando llegó a una pequeña plataforma redonda, Mahabali retiro unas enormes tablas de piedra talladas de un compartimiento dorado que había en la pared de la pirámide comenzó a leer en voz alta, en sánscrito, las enseñanzas de los ancianos, mientras Siddharta lo miraba como hipnotizado.
-En el principio, cuando no había existencia ni no existencia, Brama vivía solo, hasta que llego un momento en que se canso de contemplarse a sí mismo; ya no se deleitaba en su unicidad, y mediante su suprema voluntad se volvió creativo. Después, este anhelo se convirtió en deseo, la semilla y germen de toda existencia. Así, el deseo de Brama dio origen al hombre y al mundo, a los cielos y al universo.
Había anochecido. Tras concluir su impresionante disertación, Mahabali el renegado guardo de nuevo las tablas en el compartimiento dorado. Al observar a Siddharta, comprobó que el muchacho se sentía cautivado por lo que acababa de oír. Su padre estaba resuelto a que se convirtiera en un gran rey. Pero sin duda resultaba más atrayente comprender el secreto de la materia a través de unos conceptos más grandes que el hombre (los misterios de la alquimia,, las pociones de la química, los prodigios de la astrología) que discutir sobre estrategias para conquistar o defender unos metros cuadrados de tierra. El poder del rey se había visto tan mermado por las disputas internas del concejo, que Mahabali no comprendía de que servia ser rey. Jamás había conocido a nadie que poseyera una inteligencia tan extraordinaria como Siddharta. Era el único capaz de llevar a cabo la labor que inicio Mahabali.

19-El arco y la flecha.

Siddharta paso la mano sobre los aros de metal, que empezaron a oscilar, y se detuvo entre el quinto y el sexto.
-Concéntrate en los cinco primeros aros.-dijo a su primo.
Los primeros cinco aros, se repitió Ananda. Los primeros cinco aros...
A continuación, Siddharta paso lentamente sobre otros cinco aros, haciendo que se balancearan.
-Ahora concéntrate en los siguientes cinco aros.-ordeno a Ananda.
Ananda contemplo fijamente el mandala.
Debo concentrarme en los siguientes cinco aros, pensó. Yo soy esos aros. Yo soy el movimiento. Puedo detener el movimiento.
Los aros dejaron de oscilar.
Impasible, Siddharta ordeno a Ananda:-Ahora concéntrate en todos los aros.-
-No puedo.-contesto Ananda.-Ojalá tuviera tu capacidad!-
-Debes concentrarte.-insistió Siddharta.-No dejes que tus pensamientos te distraigan. Concéntrate en la diana.-
Poco a poco, consciente del flujo creado por la voluntad de Siddharta, los músculos de Ananda se fueron relajando. Todos los aros dejaron de oscilar. Siddharta sonrió, orgulloso de su amigo.
-Muy bien..asintió.-Ahora concéntrate en el centro de la diana.-
Yo soy la diana, se dijo Ananda. Yo soy la entrada. Yo soy el mandala. Yo soy el loto blanco. Yo me convierto en seis pétalos perfectos...
-Estas ahí?-la voz de Siddharta sonaba hueca, sin cuerpo.
-Sí. Yo soy el centro...-
Inmóvil como una estatua de mármol, Siddharta murmuro suavemente para no romper el encanto.
-Céntrate en el pulso de la flecha y dispara.-
Yo soy la flecha, se dijo Ananda. Coloco la flecha y tenso el arco. Me convierto en el arco y la flecha. Soy completo.
Con la mirada fija en la díana, sin mover un solo músculo del rostro, Ananda coloco una flecha centrándose en su pulso, y disparo. La flecha atravesó los aros y se clavo en la diana.
-Perfecto!-exclamo Siddharta, entusiasmado.
Luego se dirigió hacia otra diana que consistía en un jabalí de bronce, colocada tras siete árboles de veinte metros de altura. La flecha tenia que atravesar los árboles para alcanzar la diana.
-Se trata de reducir el lenguaje de las cosas a su forma de expresión más pura, a un simple dialogo..-de la voz de Siddharta emanaban serenidad y confianza.
Siddharta se coloco ante la diana, alzándose de puntillas. Tenia los muslos juntos, pero los pies poco separados. Tomo una flecha y apoyo la frente en ella.
-Yo hablo y la flecha me escucha.-
A continuación, coloco una flecha en el arco. Su rostro, sereno como las apacibles aguas de un lago, recordaba a Ananda a Rama y Arjuna, los señores y héroes de los guerreros Kshatriyas, y también le recordaba a Prthu, antepasado de los Castrillas, representado siempre con un arco y una flecha. Siddharta se concentro en la línea de árboles que tenia ante los ojos, mientras una extraña fuerza se acumulaba en su interior.
Al cabo de unos momentos, disparo. La flecha atravesó los elevados árboles a una increíble velocidad y alcanzo el centro de la diana. Satisfecho, Siddharta se volvió hacia su amigo y le ofreció el arco.
-Ahora inténtalo tu.-indico.
Ananda tomo el arco y se coloco ante la diana. Imitando a su amigo, cerro los ojos y apoyo la frente en la flecha. Yo soy la flecha, se dijo. Yo soy los aros. Yo soy la diana. Yo soy...
La flecha atravesó los árboles como la brisa y se clavo en el centro de la diana.
-Sabia que podías hacerlo.-dijo Siddharta, complacido.-Te acuerdas de lo que te decía cuando eras un estúpido niño, antes de que te convirtieras en un estúpido adulto?-pregunto a su amigo sonriendo.-El cuerpo es el arco, la flecha es el OM, el espíritu es la punta y la oscuridad es la diana. Mas allá esta Brahma.

18-Los intocables.

El aire estaba impregnado de un olor nauseabundo. Siddharta y sus amigos contemplaron horrorizados la desesperación que se leía en los ojos de aquellos pobres seres desahuciados. Tenían la piel de un color verdoso, transparente, como si estuvieran a punto de morir.
-Me pregunto que atrocidades habrán cometido en sus vidas anteriores para merecer esto.-murmuro Chandaka.-Deben de haber sido unos asesinos, unos parricidas.-
Se trataba de otro tipo de existencia, regida por unas leyes completamente distintas.
De pronto, Siddharta se fijo en una mujer sentada en el suelo, que sostenía a su hijo en brazos. Era muy joven, pero estaba totalmente desfigurada. No obstante, sus ojos brillaban de amor y esperanza. Era muy frágil, tímida. Siddharta se acerco a ella, pero antes de que alargara la mano, Ananda grito:-No la toques! La ley lo prohíbe.-
Siddharta y la mujer se volvieron hacia Ananda, perplejos. Siddharta sintió en su corazón una mezcla de rabia y ternura. Que ser humano tendría la fuerza, el valor de tocar a una de esas criaturas?
Suavemente, Siddharta respondió:-Una ley que permite esto no tiene derecho a prohibirme nada.-
Ananda sintió que unas gotas de sudor se deslizaban por su espalda. El tiempo apremiaba y temía que alguien descubriera su ausencia. Al fin, no pudo soportarlo mas y salió precipitadamente. Una vez fuera, se sentó en la puerta y rompió a llorar como un niño. Al cabo de unos minutos salió Chandaka.
-Hacen bien en ocultar tanto horror.-dijo Ananda.-Es insoportable. Yo no soy Siddharta. No poseo su sangre fría ni su morbosa curiosidad. No tengo el deseo, ni la fuerza moral, de presenciarlo. No consigo borrar de mi mente esas espantosas imágenes.-
Ananda se interrumpió, presintiendo la presencia de Siddharta. El príncipe le acaricio la cabeza mientras contemplaba abstraído el horizonte, tan lejano, tan inaccesible. Chandaka se había replegado en sí mismo, como hacia siempre que presenciaba algo que le disgustaba.
Agotado, Siddharta se detuvo a descansar en la plaza. Ananda se sentó junto a él. Los dos permanecieron en silencio, mientras los comerciantes del mercado vendían sus sedas, bandejas de plata, jarrones, trigo, incienso, té, piedra y metales tras un incesante regateo con los compradores. Siddharta y Ananda los observaban atonitos, convencidos de que todos los josalas estaban corroídos por la codicia.
Sdiddharta contemplo a los mendigos, medio ocultos tras los vendedores de trigo. Un pobre anciano, apoyado en un bastón, miraba con tristeza un saco que se había roto, derramando sobre el barro su precioso contenido.
El anciano hizo una seña a una niña que estaba junto a él. Cuando esta se acerco, le murmuro unas palabras al oído y le entrego un cuenco. La niña se dirigió tímidamente al saco de trigo que estaba roto y, tras cerciorarse de que no la miraba nadie, coloco el cuenco debajo para recoger los granos que caían. De pronto, un noble elegantemente vestido, cliente del vendedor de trigo, dio un empellón a la niña y le arrebato el cuenco. Siddharta se abalanzo sobre el desalmado individuo y le arranco el cuenco de las manos.
Desconcertado, el noble decidió no discutir con aquel hombre que se había comportado de forma tan extraña, pero que tenia aspecto de ser un importante personaje. Sin pronunciar palabra, observo a Siddharta mientras este llenaba el cuenco y se lo devolvía a la niña, que lo miró como si se tratara del mismísimo Brahma.
El día siguiente trajo nuevas cosas, como el regreso a Sakya, al hogar.
A consecuencia de los hechos acaecidos en Josala, el rey ordenó que todos los hombres del reino recibieran instrucción militar, pues la guerra estaba a la vuelta de la esquina.
Siddharta y Ananda practicaban a solas en la zona reservada a los entrenamientos intensivos. El solo brillaba débilmente en el cielo azul cobalto. Siddharta llevaba un taparrabos rojo sujeto con una faja de cuero y una chaqueta roja. Ananda iba vestido de blanco. La diana se encontraba a doce metros de distancia. El mandala de la vida: un loto blanco.
La flecha de Ananda se clavó a pocos centímetros de la diana. Que mala suerte! Ananda siempre se esforzaba en alcanzar el nivel de Siddharta en el tiro con arco, aunque era un deporte que detestaba. No lograba mejorar, a pesar de los meses de entrenamiento que lo dejaban con los dedos llagados. Siddharta encubría a su primo cuando este, en un ataque de mal humor o por haber perdido, rompía un jarrón o cualquier otro objeto. Al principio, Ananda se sentía acomplejado y resentido respecto de su primo, pero con el tiempo, la paciencia y el afecto que le demostraba Siddharta consiguieron vencer su rencor.
-No apuntes a la diana.-le aconsejo Siddharta, sosteniéndole el brazo.-Ahora tensa el arco y dispara.-
La flecha voló a través de una hilera de anillos de metal suspendidos de una cuerda entre dos palos y cayo al suelo.
Contrariado, Ananda bajo el arco y se volvió hacia Siddharta.
Siddharta apoyo una mano en el hombro de Ananda y señalo el mandala.
-No te has concentrado lo suficiente.-dijo.-Debes sentir la vibración del arco.-
-Lo intentare de nuevo.-respondió Ananda.