sábado, abril 16, 2005

34-El soldado.

Los campos aparecían asolados, los árboles destruidos. El suelo estaba sembrado de cadáveres salvajemente mutilados y empapados en sangre. Los campesinos habían sido abatidos frente a sus casas, reducidas a cenizas, mientras trataban de defender su hogar, su familia y sus tierras. Los restos de los soldados de ambos ejércitos yacían bajo el sol, devorados por los buitres y chacales.
Siddharta y sus amigos contemplaron el macabro espectáculo sintiendo un dolor tan intenso que les impedía reaccionar.
Vieron a unas mujeres que sostenían en brazos a sus hijos, recorriendo el campo de batalla en busca de sus padres, hermanos y maridos, confiando en hallarlos con vida y gritando de desesperación cuando tropezaban con sus cadáveres. Los gemidos de los niños rompían de vez en cuando el espantoso silencio mortal. Los acompañaba Yama, el siniestro dios de la muerte, ávido de sangre.
Al cabo de un rato, los tres hombres descendieron la colina.
De pronto vieron a un soldado josala que, creyendo estar a salvo, había salido de su escondite. Antes de que Siddharta reaccionara, Ananda disparo una flecha que atravesó el vientre del soldado.
Extrañado ante la conducta de Siddharta, Ananda lo miro con aire de reproche. Luego espoleo a su caballo y subió de nuevo la colina.
Siddharta desmonto y se acerco al soldado, que yacía agonizante. Se arrodillo junto al moribundo y le tomo la mano. El soldado presintió la presencia de Siddharta y se volvió, implorándole en silencio que se apiadara de el, que pusiera fin a sus sufrimientos.
Cuando el alma del soldado abandono su cuerpo, Siddharta comprendió de pronto el dolor, el sufrimiento, la vulnerabilidad del ser humano. La realidad de la muerte se le impuso en toda su crudeza. Oyó los gritos de los niños, que pronto irían a reunirse con los muertos, y de sus madres, divididas por el deseo de acompañar a sus seres queridos y su obligación de cuidar de sus hijos, exigiendo amor, misericordia, compasión. Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Siddharta mientras pensaba en todos los seres desgraciados que padecían en el mundo…
Al cabo de unos minutos, se incorporo y se dirigió hacia Chandaka, quien permanecía inmóvil, contemplando atónito el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. Los dos hombres montaron de nuevo y subieron la colina para reunirse con Ananda.
-Estamos equivocados… Es preciso que aprendamos a compadecernos de nuestros semejantes si queremos salvarnos.-murmuro Siddharta.
Sus palabras apenas podían expresar lo que sentia en aquellos momentos. El ser humano es muy voluble. Empezaba a comprender que todas las sensaciones extremas, de odio, de ira, pasión, era peligrosas, pues conducían inevitablemente a la destrucción. Existía un camino intermedio, l de la compasión, un sentimiento que todos podían manifestar, sentir y aplicar. El amor no se puede forzar, pero es fácil llegar a sentir compasión por el prójimo.

33-La alianza.

El monarca se volvió hacia el chambelán y le murmuro unas palabras al oído, mientras los cortesanos aprovechaban la pausa para intercambiar opiniones acerca de la audiencia real. Al cabo de unos minutos, Bimbisara se dirigió de nuevo al príncipe.
-El sacerdote me había hablado tan bien de ti, que ya tenía ganas de conocerte.-dijo.-Debo reconocer que eres un hombre extraordinario, Siddharta.-
Todos los presentes guardaron silencio. Nadie había oído jamás al rey elogiar de tal manera a una persona.
De pronto se oyó un tumulto en la entrada y apareció Chandaka, quien se abrió paso por entre los asombrados cortesanos y se dirigió hacia el trono. Al observar su expresión, Siddharta y Ananda palidecieron, pero antes de que pudieran abrir la boca, el rey se apresuro a decir:-Según parece, los josalas son tan impacientes como codiciosos.-
-Los josalas, apoyados por las tropas de sus vecinos, han atacado nuestro reino.-Anuncio, dirigiéndose a Siddharta.
-Yasodhara! Mi padre! Mi pueblo!-exclamo Siddharta angustiado.
-No te inquietes, cuando los vi por ultima vez estaban vivos. Pero la batalla no había comenzado y tu padre me ordeno que te avisara inmediatamente…-
El tono de su voz confirmo las sospechas de Siddharta, quien apenas fue capaz de reaccionar. Pero Bimbisara, acostumbrado a situaciones de emergencia, tomo las riendas de la situación.
-Acércate general!-ordeno Bimbisara con voz autoritaria.
El general del ejército de Magadha se dirigió apresuradamente hacia el trono. Una larga espada, con empuñadura de esmeraldas, le colgaba del cinto.
-Ordena a la primera legión de nuestro ejército que acompañe al príncipe Siddharta de regreso a Sakya, bajo su mando.-
Gracias a los conocimientos topográficos del general de Magadha, las fuerzas avanzaban rápidamente a través de la selva, las llanuras y los valles.
Al llegar a una meseta que se erguía sobre Sakya, las tropas decidieron acampar. El cielo estaba nublado. Siddharta, Ananda y Chandaka anhelaban llegar a Sakya. Sus espías los habían informado de las atrocidades perpetradas por los josalas. Si, Virudaja sabia que Siddharta había emprendido el regreso acompañado por las fuerzas magadhanas; Yasodhara y Suddhodana seguían con vida, pero nadie conocía su paradero. Pese al cansancio, Siddharta y sus dos amigos decidieron dirigirse a una colina cercana a Sakya para comprobar personalmente lo sucedido.
Al llegar a la cima de la colina, los tres hombres se detuvieron horrorizados. Ante sus ojos se extendía lo que quedaba de Sakya, quemada, saqueada, devastada.

32-El rey Bimbisara.

-Canalla! Disponte a morir!-grito enfurecido el rey, blandiendo la espada.
Ante el inesperado ataque de Suddhodana, Virudaja retrocedió, tratando de defenderse con el escudo. Los dos hombres se enzarzaron en un combate encarnizado. Al fin, el rey consiguió acorralar a su enemigo contra la pared, pero cuando se disponía a descargar sobre él un golpe mortal, oyó gritar a su nuera:-Noooooo!-
Suddhodana se volvió y vio que Yasodhara yacía inconsciente.
Virudaja aprovecho el momento para derribar al rey de una patada en el vientre. Suddhodana profirió un grito de dolor, pero consiguió recuperarse y se abalanzo de nuevo sobre su enemigo.
Al cabo de unos instantes acudieron varios soldados sayas para proteger al rey. Al verlo malherido, con la cota de malla destrozada y empapada en sangre, se precipitaron furiosos hacia Virudaja, quien dio media vuelta y echo a correr.
-Corre, corre!-grito el rey.-Pero no conseguirás huir de tu karma. No por culpa de tu madre, ni por lo que hizo, sino por haberte convertido en un canalla. Pagaras muy caro lo que has hecho, cobarde!-
Virudaja se echo a reír. El rey y su estupida hermana debían seguir con vida para atraer a Siddharta, el objeto de la obsesión de Virudaja, hacia la trampa que le había tendido. Conociendo su indiferencia hacia el mundo de los hombres, el mundo donde gobernaba la espada, Virudaja sabia que su rival jamás atacaría Josala para reconquistar su reino. Para que iba a hacerlo, si no quedaba nada?
Mientras la destrucción de Sakya se precipitaba, el rey Bimbisara se despertó en su inmenso lecho, malhumorado. Algo lo turbaba.
Mas tarde, debía reunirse con el príncipe de Sakya. Flanqueado por dos guardias, Siddharta entro en el salón el trono y se encamino hacia el trono ante la expectacion de los presentes, quienes lo observaban con curiosidad. Iba seguido por Ananda y Govinda.
Al aproximarse, Siddharta reconoció en el rey al desconocido con quien había hablado la noche anterior. El rey le sonrió.
El príncipe de Sakya se inclino ante el monarca, con las palmas unidas en la frente, en señal de respeto.
-Señor, alabado sea tu imperio y tus súbditos.-dijo, con voz clara y firme.-Alabado sea el poder que ostentas en nombre de la justicia. Alabada sea la grandeza que has adquirido en nombre de la dignidad.-
El rey miro fijamente a Siddharta, mientras multitud de pensamientos se agolpaban en su mente.
-Me han informado acerca de una disputa entre los sakyas y los josalas, referente a la ruta comercial hacia el este, al camino del norte, para ser más precisos.-
-Prefiero llamarlo malentendido, señor. Los josalas consideran que mi padre y yo somos imbéciles. Mi padre y yo no opinamos lo mismo.-respondió Siddharta, con una sonrisa.
El rey espero a que cesaran los murmullos provocados por las palabras de Siddharta.
-Y has venido a pedirme que te ayude a resolver este… malentendido.-dijo.
-Si, señor. Los sakyas nos encontramos en el centro, atrapados entre el poderío de Magadha al oeste y la codicia de Josala, al este. Una alianza entre los dos solo podría realizarse a expensas de nuestro pequeño reino.
Bimbisara, descendiente de una ilustre dinastía, rey de Magadha desde hacia muchos lustros, conocía bien a su pueblo. Satisfecho de la reacción de loa cortesanos a la presencia y palabras de Siddharta, el rey, prosiguió:-Es cierto. Os halláis en una situación conflictiva.-
-Este es el motivo que me ha traído aquí, señor.-dijo el príncipe.-Deseo que me garantices que nuestro territorio conservara su independencia. A cambio de la protección de su imperio, te ofrezco que tus caravanas atraviesen nuestras tierras gratuitamente.-
-Gratuitamente? Sin pagar ninguna tarifa de transito?-
-Así es, señor.-asintió Siddharta.-Cuando hay dinero de por medio, las relaciones suelen enturbiarse y yo deseo que las nuestras sigan siendo amistosas. Por otra parte, lo mejor que puedo ofrecer a mi pueblo es tu garantía de protección.-

31-Pesimas noticias.

-Tienes visita, señor.-anunció Chandaka.
Sabiendo por experiencia que las sorpresas solían significar problemas, el rey Suddhodana contesto con aire resignado:-Que entre.-
Al cabo de unos momentos, Chandaka regreso acompañado del brahmán de Josala, quien vestía un dhoti de lino amarillo teñido por una cadena de plata adornada con ópalos. El rey y Asvapati lo miraron intrigados; la preocupada expresión de su rostro no presagiaba nada bueno.
El brahmán se inclino respetuosamente ante el rey y dijo:-Saludos Suddhodana.-
-Que te trae por aquí?-inquirió el monarca.
-Traigo malas noticias.-contesto el brahmán.-El rey Prasenajit ha muerto…-
Suddhodana y Asvapati se miraron horrorizados, temiendo que esa noticia significara el fin de la paz.
-Y el joven tirano, Virudaja, ha reunido a sus ejercito con el propósito de invadir Sakya.-prosiguió el brahmán.-Ha llegado a un pacto con los Vrijinos y los mallanos; ellos se quedaran con el botín y Virudaja gobernará vuestras tierras. Permíteme expresarte mi más sinceras disculpas por su conducta.-
Pálido, el rey Suddhodana cerró los ojos durante unos instantes para tratar de asimilar la noticia.
-Por que has venido a informarme?-pregunto al brahmán.
El anciano lo miro fijamente y respondió:-Comprendo que te asombre, pero ante todo soy un servidor de Brama y no deseo mancillar mi karma desobedeciendo sus leyes.-
-Eres un hombre honrado, brahmán.-dijo el rey.-Jamás olvidare ese gesto.-
El ataque vino antes de lo que hubieran esperado. Suddhodana envió Chandaka a buscar a Siddharta y se alisto para la batalla. Pero la guerra lo alcanzo antes de lo que nunca hubiera deseado.
Tras repetidos intentos, los soldados consiguieron derribar las puertas del palacio con un tronco. Cuando estas cedieron al fin, irrumpieron en el patio blandiendo sus espadas con furia.
-Que es ese ruido?-se pregunto la princesa.-Será el brahmán?-
-El enemigo ha entrado en el palacio!-grito, confiando en que alguien oyera sus gritos y acudiera en su ayuda. Pero todos los hombres jóvenes y vigorosos se habían unido al ejército de Sakya para defender el reino.
-Señora! Señora!-exclamo la doncella de Yasodhara, entrando precipitadamente.-Han penetrado en el patio! No tardaran en llegar aquí! Que vamos a hacer?-
-Temo por la vida de mi hijo.-murmuro Yasodhara, acariciándose el vientre.
De pronto sintió un intenso dolor. Desesperada y sin saber que hacer, Yasodhara salio corriendo de su alcoba y bajo al patio, gritando:-Auxilio! Detén a tus hombres, Virudaja!-
Los soldados enemigos luchaban encarnizadamente contra los pocos sakyas que quedaban, sembrando el patio de cadáveres.
-Basta!-grito Yasodhara, lanzándose sobre un oficial.-Es una locura! Haz que cese esta matanza!-
El oficial la aparto bruscamente. Al ver a Yasodhara, los soldados se abalanzaron hacia ella.
-Dejadla en paz!-les ordeno el oficial.
Los soldados dieron media vuelta y corrieron hacia las escaleras del palacio, en busca del botín.
Después de intentarlo en vano varias veces, Yasodhara consiguió detener a uno de ellos.
-Donde esta mi padre?-le pregunto.-Donde esta el rey?-
Su desesperación conmovió al soldado, quien respondió:-Ha muerto.-
Virudaja, orgulloso de estar al mando de sus hombres, avanzo hacia su hermana. Lucia la armadura real de su padre; en su peto y escudo brillaban el emblema de plata del elefante. Al acercarse a ella, Yasodhara lo miro incrédula.
-Eres tu quien ha ordenado esta matanza?-le pregunto, temblando.
Virudaja esbozo una mueca y asintió.
-Y la muerte de nuestro padre?-continuó Yasodhara, implorándole con la mirada que respondiera negativamente.-Eres también responsable de ella?-
-Nuestro padre, Yasodhara?-contesto Virudaja en tono burlón.-Desde que entraste en este palacio, desde que engendraste al hijo de ese canalla, dejaste de pertenecer a nuestra familia.
Yasodhara se arrojo sobre su hermano, gritando histericamente:-Por que haces esto? Que mal te hemos causado?-
Virudaja la aparto de un violento empujón y fue a reunirse con sus tropas, mientras su hermana yacía en el suelo gritando de dolor.
Sus gritos llegaron a oídos del rey Suddhodana, que luchaba en el interior del castillo para proteger el acceso a la torre vigía, donde se conservaban las valiosas reliquias y riquezas de Sakya. Como temía lo peor, abandono a sus hombres y se dirigió corriendo a la entrada del pequeño palacio. Entonces se planto ante Virudaja, aislándolo de sus hombres.
Los ojos experimentados del rey no tardaron en descubrir la horrible escena que ofrecía la población muerta y masacrada, y las bestias destrozadas; pero cuando vio a su nuera tendida en el suelo, sujetándose el vientre, Suddhodana se abalanzo sobre Virudaja.
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domingo, abril 10, 2005

30-El desconocido.

El príncipe penetró en una amplia sala situada al final del pasillo que albergaba el imponente trono de Magadha. A ambos lados del mismo se erguían dos inmensos toros de piedra.
De pronto, Siddharta presintió que no estaba solo. Al volverse vio a un individuo que salía de entre las sombras, parecido a la parte humana de la estatua. Sorprendido, Siddharta se levanto del trono.
El intruso era un hombre de mediana edad. Iba vestido con una sencilla túnica blanca y llevaba los largos cabellos recogidos en la nuca.
-Siéntate.-dijo sonriendo.-Estamos solos. Este trono parece hecho para ti.-
El amable talante del desconocido tranquilizó a Siddharta. Complacido, se sentó de nuevo. El hombre se apoyó en una estatua situada junto a los escalones que conducían al trono y miro fijamente al príncipe.
-Cómo te sientes sentado allá arriba?-pregunto el desconocido.
-Bien...-balbuceo Siddharta.
-Debe de ser muy agradable ser el rey de reyes. Te gustaría convertirte en el rey de reyes?-le preguntó.
-Agradable? No lo sé. Para competir con el poderoso Bimbisara de Magadha?-respondió Siddharta con una sonrisa.-Ese titulo comporta numerosas y abrumadoras responsabilidades. No sé si estoy capacitado para asumir ese poder y tomar las decisiones adecuadas.-reflexiono y prosiguió:-Cuándo mi pequeño reino esta en guerra, muerte que acontece me rompe el corazón... y con todo este poder, ¿podré controlarme a mí mismo?-
-Tal vez. El mundo es mucho mayor de lo que imaginamos. Muchos viajeros me han contado que existe otro océano mas allá del país habitado por las gentes amarillas. El poder... es lo que desean todos los hombres. Harían cualquier cosa con tal de alcanzarlo. Pero siempre desean mas...-
-Te gustaría que gobernara en el otro extremo del mundo?-le pregunto Siddharta.
-No, preferiría que te quedaras aquí.-
-Y que hacen los hombres que consiguen alcanzar el poder?-inquirió Siddharta.
-Cada cual lo utiliza de distinta forma.-contesto el desconocido.-Por ejemplo, nuestro vecino, el rey Ciro el grande de Persia, en virtud de su poder, ha conseguido ampliar su imperio hasta limites inimaginables. El rey persa y su corte creen Zoroastro, profeta de Ormuzd, el señor del bien y del mal, y en su archienemigo. Solo dos dioses, Siddharta, pero su historia tiene un final feliz, a diferencia de las historias de nuestros dioses, que siempre terminan trágicamente. Los persas creen firmemente en un dios de la luz, artífice de toda la creación. Una entidad malvada penetró en esa creación e inicio una batalla cósmica que finalizara con la victoria de la luz, una batalla en la que el individuo, en lugar de asumir una postura pasiva, tal como creemos nosotros, debe participar para defender el bien. Así, Zoroastro, Ormuzd y el hombre luchan juntos para implantar el bien y la justicia en el mundo. Por otra parte, su vecino, el estado griego de Atenas, ha instituido un gobierno del pueblo llamado democracia. Allí no se ha producido ninguna expansión, pues están demasiado ocupados discutiendo entre ellos.-
-En mi país, los ciudadanos participan en todos los asuntos de estado.-dijo Siddharta.-En cierto aspecto, podría decirse que también somos un pueblo democrático, aunque nunca hayamos utilizado este termino. Estoy convencido de que todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión.-
-Cuando mucha gente comparte el poder se produce el caos.-afirmo el desconocido.-Imaginemos que eres rey y que nada te impide monopolizar el poder, como el rey Ciro. Estas sentado en el trono, gozando de esa sensación... Si realmente tuvieras el poder, ¿qué harías?-
-Disfrutar de el.-contesto Siddharta con una sonrisa.
El desconocido también sonrió.
-Si me viera obligado a gobernar,-prosiguió Siddharta tras unos momentos.-procuraría tener presente que no soy un ser excepcional, sino un hombre como cualquier otro, y trataría de comportarme honestamente y mostrarme compasivo hacia mis conciudadanos.-
-Eso es todo?-pregunto el desconocido.
-Si.-
El desconocido sonrió. Luego se volvió hacia la ventana. Empezaba a clarear.
-Debo irme,-dijo.-pero me ocupare de que tus opiniones lleguen a oidos de la persona adecuada. Volveremos a vernos...-

29-Parricidio.

En Josala, Virudaja estaba solo en sus lujosas habitaciones.
De pronto se abrió la puerta y apareció el general de los ejércitos de Josala. Tras cerciorarse de que estaban solos, cerro la puerta y se dirigió hacia Virudaja. Los dos hombres se miraron en silencio; sobraban las palabras.
Acto seguido, el general abrió la puerta y ordeno a un sirviente que entrara. Un individuo menudo, de mirada perversa, entro sigilosamente y miro a su alrededor. Llevaba un turbante blanco y en la mano izquierda sostenía una bandeja de plata cubierta con un paño. El sirviente depositó la bandeja en el centro de la habitación y aguardo.
Virudaja miro al general, quien, a su vez, dirigió un gesto al sirviente. El criado, retiro el paño con un gesto de satisfacción.
Al contemplar el contenido de la bandeja, Virudaja sintió nauseas...
El general lo miró fijamente.
Virudaja se sentía confundido, trastornado...
Sobre la bandeja aparecía la cabeza de su padre. Tenia los ojos vidriosos y su piel presentaba el tono azulado de la muerte. Como todas las victimas de Kali, Prasenajit tenia el cabello manchado de sangre y la boca abierta en un rictus de dolor.
La macabra imagen de la muerte de su padre impresionó a Virudaja, quien a duras penas consiguió dominar su repugnancia.
-Estaba solo?-pregunto.
-No, príncipe.-respondió el general secamente.-Lo mate anoche mientras yacía entre su esposa, tu madre, y dos de sus favoritas... Estaban dormidos, y los degollé con mi espada.-
-Mi madre...?-pregunto angustiado Virudaja.
-Me ordenaste que no quedara ningún testigo con vida.-
Todo el resentimiento, el temor, el dolor y la furia que durante años se habían ido acumulando en el príncipe estallaron violentamente. Los ojos se le llenaron de lagrimas. Yo era un niño cuando me rechazaste. Recordó la frialdad de su madre, que jamás lo abrazo amorosamente, que nunca lo acaricio con calor. La expresión de indiferencia de su padre cuando corría hacia él para contarle la ultima proeza de su caballito. Pero nadie le prestaba atención. A nadie le importaba. La necesidad de ternura y amor que sentía se convirtió en odio. Los constantes murmullos a sus espaldas; el sentimiento de inferioridad provocado por unas miradas de inexplicable condescendencia para un niño incapaz de comprender las maquinaciones; los intentos de utilizar las historias, las vagas referencias a la procedencia social de su madre... Todo ello le había agriado el carácter, mientras los celos y la envidia lo atormentaban constantemente.
Virudaja arrojo la copa, derramando un poco de vino sobre el suelo de mármol, donde se formo un pequeño charco que parecía sangre.
-Por que, padre?-pregunto en voz alta.-Yo solo deseaba que me tomaras en serio. Pero tu nunca me tuviste en cuenta. Tu...-
-Tu padre se unió al enemigo.-intervino el general secamente.
-Es cierto... se unió al enemigo.-repitió Virudaja como un sonámbulo.
-Esto es el resultado de su karma.-
-Si.-farfullo Virudaja, contemplando fijamente la cabeza de su padre.-Si, él tuvo la culpa...-
Había llegado el momento de asumir el mando. Tras recuperar el control, el príncipe ordeno con tono autoritario:-Alerta a nuestros vecinos. Diles que marcharemos sobre la capital de Sakya en cuanto sea posible.-
-Sin una declaración formal de guerra?-pregunto el general.
-Si jugamos de acuerdo con las reglas, general, perderemos el elemento sorpresa...-replico Virudaja.-Nuestras fuerzas deben estar preparadas para emprender un ataque conjunto. La campaña debe concluir antes del regreso de mi “buen amigo” Siddharta.
-Pero un ataque en pleno invierno supondrá grandes problemas.-objeto el general.-Siddharta no regresara hasta la primavera. Tenemos tiempo de sobra para prepararlo todo minuciosamente.-
Virudaja reflexiono unos instantes antes de contestar.
-Tienes razón. De todos modos, los sakyas no conseguirán vencer. Aplastaremos a su pequeño ejercito en un día. ¡Aunque los dirija el mismo Siddharta!-

28-La flecha y los yoguis.

Ananda y el sacerdote de Magadha permanecieron sentados frente a la hoguera, envueltos en unas gruesas pieles, contemplando el cielo en silencio. De pronto apareció Siddharta, deslizándose sigilosamente como un felino. Ananda y el sacerdote lo miraron sobresaltados.
-Lo siento, amigos míos.-se disculpo Siddharta, mientras se sentaba junto a ellos.
-Jamás he conocido a nadie que se mueva tan sigilosamente.-comento Ananda al sacerdote.-Y puede ver en la oscuridad.-
-Es posible?-respondió el estadista-
-Eres sacerdote, deberías conocer todos los secretos del universo.-contesto Siddharta con una sonrisa.
-Preguntas, especulaciones.-dijo el sacerdote gesticulando de forma teatral.-Cuando, como, donde, por que, la vida, la muerte... Nadie conoce todas las respuestas.-
A raíz de los conocimientos en Sakya y Josala, entre el sacerdote y Siddharta se había desarrollado una relación de sincera amistad y respeto mutuo.
-De que sirve perder el tiempo con especulaciones?-pregunto Siddharta, atizando el fuego con la espada.-Si no quieres tropezar, hay que mantener la vista en el suelo.-
-Que quieres decir?-inquirió el sacerdote, mirándolo fijamente.
-Supongamos que eres un guerrero, como Ananda y como yo, y caes herido por una flecha envenenada. Cuándo el medico acudiera a socorrerte, ¿qué le pedirías que hiciera?-
-Que me sacara la flecha.-respondió el sacerdote.
-Inmediatamente?-
-Desde luego.-
Sobre los picos de las montañas despuntaban las primeras luces del alba.
-No querrías averiguar primero quien había disparado la flecha?-insistió Siddharta.-El nombre de tu agresor, si era alto o bajo, de piel clara u oscura, si vivía en una aldea o en la ciudad...-
-Si estuviera malherido, esos detalles carecerían de importancia.-respondió el sacerdote.-Querría que el medico me arrancara la flecha cuanto antes.-
Ananda se echo a reír y Siddharta aguardo unos instantes antes de proseguir.
-Pues ya ves. Eso es lo que necesita toda persona que sufre. No una respuesta fútil, sino alguien que elimine la causa del dolor.-
Mientras hablaba, los rayos del solo se fueron extendiendo sobre las montañas y el valle, caldeando la fría atmósfera. Ananda contemplo maravillado el estallido de luz, mientras escuchaba atentamente la conversación entre Siddharta y el sacerdote.
-Pero si existiera un medico capaz de eliminar el dolor, la gente prescindiría de los sacerdotes.-observo el estadista de Magadha.
-No, solo prescindirían de aquellos que no defienden los intereses del hombre.-replico Siddharta, luego se apresuro a añadir sonriendo.-No debes tomártelo como un ataque personal.-
-Es difícil interpretar tus palabras de otra forma, Siddharta...-
La hoguera se había apagado. El día comenzaba, Ananda fue a despertar a sus compañeros. Después de desayunar, desmontaron las tiendas, cargaron de nuevo los bultos en los carros y reanudaron el viaje.
Al cabo de un rato llegaron a un pequeño claro rodeado de árboles, donde había cinco yoguis sumidos en sus meditaciones. Iban cubiertos con un taparrabos y llevaban sus largos cabellos recogidos en un moño. Cada uno estaba sentado en una postura distinta, y apenas repararon en la presencia de los intrusos. Como la energía que se acumula en el aire antes de que estalle la tormenta, los cinco yoguis reunieron sus fuerzas y, simultáneamente, pronunciaron en voz alta la palabra universal: Ooommm.
La explosión de energía hizo vibrar el aire. Asustado, Jantaka se alzo sobre sus patas traseras y derribo a Siddharta, quien aterrizó a los pies del yogui que estaba sentado en la postura del loto, con las piernas cruzadas, tratando de alcanzar la respuesta a todo. Mientras Siddharta intentaba incorporarse, el yogui abrió los ojos y los dos hombres se miraron fijamente. Ananda, situado detrás del sacerdote de Magadha, observo los ojos del yogui, unos profundos pozos de paz, búsqueda y sabiduría. Era como si el yogui hubiera reconocido en Siddharta a un ser no solo afín a él, sino incluso muy superior. Nunca volvieron a referirse a este prodigioso encuentro, pero Ananda se dio cuenta de que el suceso había afectado profundamente a su amigo de la infancia. Siddharta paso los siguientes días como ausente, sin despegar los labios.