lunes, enero 24, 2005

11-Los cuatro encuentros.

Siddharta era un joven en extremo sensible que, con el tiempo, comenzó a sufrir una profunda angustia espiritual. Con frecuencia, caminaba alrededor del estanque que adornaba los jardines, inmerso en hondos pensamientos filosóficos.
Se decía: “No importa cuan jóvenes y saludables podamos ser, la vejez, la enfermedad y la muerte llegaran inevitablemente. Es un destino del que nadie puede escapar.”
Percibió la vejez, la enfermedad y la muerte en su propia vida y las escudriño cuidadosamente.
Reflexionaba: “Sin embargo, la gente observa la vejez, la enfermedad y la muerte de los demás con desdén, y hasta se burla. ¿Por qué? Es absurdo, ciertamente no es la actitud correcta hacia la vida.”
Esos pensamientos lo perseguían, eliminaban cualquier orgullo y empañaban la alegría de ser joven y saludable. Le impresionaban dolorosamente el prejuicio y la arrogancia que acechaban en el corazón humano. No podía comprender que las personas vieran la vejez, la enfermedad y la muerte como un problema ajeno. Llego a creer que no existiría verdadera felicidad, si no se resolvían esas cuestiones inevitables, inherentes a la condición humana.
Fue el inicio de una penosa lucha interna.
Se debatía en la incertidumbre: “Como heredero del trono, se supone que seré rey, un líder de la sociedad. Pero, ¿no debería en cambio renuncia al mundo secular y convertirme en un sabio, para poder responder a estas preguntas y forjar, así, un gran camino espiritual para toda la humanidad?”
La tradición budista sostiene que la decisión de Siddharta de renunciar a la vida secular estuvo motivada por una serie de incidentes conocidos como “los cuatro encuentros”.
La alegría invadía el corazón de su padre al ver al hijo inteligente, con deseos de aprender; observaba como crecía en Siddharta un gran sabio y sacerdote, un príncipe entre los brahmanes.
Cierto día, se aventuro a salir para dar un paseo, cruzo el portal oriental del palacio y encontró a un anciano; en otra oportunidad, salió por portal que miraba al sur y vio a una persona enferma; y una tercera vez, al atravesar la puerta occidental se topo con un cadáver.
Luego, franqueo la entrada septentrional y tropezó con un asceta que pasaba. Este encuentro pulsó en él una cuerda profunda; tomo la decisión de renunciar a su titulo principesco y lanzarse al mundo en busca de la iluminación.
Probablemente, el relato de “los cuatro encuentros” no es fidedigno, sino una historia adornada de narraciones posteriores. Con todo, en el contenido de las enseñanzas budistas, es evidente que la motivación de Siddharta para renunciar a la vida secular estuvo hondamente conectada con su deseo de encontrar el modo de trascender los sufrimientos humanos fundamentales: la vejez, la enfermedad y la muerte.
Su padre era digno de admiración: su carácter era tranquilo y noble, su vida era pura, su palabra sabia, sus pensamientos finos y dignos.
El rey Suddhodana aspiro el aire matutino, el cual le infundía vigor. La proximidad de la naturaleza le hacia sentirse libre. “De joven, recordó el rey, imaginaba que era un halcón. Imaginaba que me convertía en una voraz ave de presa, sintiendo que e crecían las alas y que los pies se me transformaban en poderosas garras. Sentía el aire deslizándose a través de mis plumas mientras sobrevolaba las praderas y las nevadas cumbres de las montañas. Solo y libre. Libre para escoger a mi presa. Los pavorosos barrancos me dejaban indiferente. Gozaba intensamente de mi libertad. En otras ocasiones, imaginaba que me convertía en un ágil y poderoso tigre. Notaba que mis músculos se tensaban mientras perseguía sigilosamente a mi presa. Mi aliento separaba las briznas de hierba, a través de las cuales distinguía las patas traseras del ciervo que intentaba en vano huir de mí. Mis suaves patas absorbían el poder de la tierra mientras me aproximaba a él. Imaginaba estas escenas con tal intensidad, que estoy convencido de haber sido un halcón o un tigre. Ahora, en cambio, vivo prisionero, atrapado en una tela de araña de acontecimientos y cosas que escapan a mi control. Me pregunto si mi hijo tendrá las mismas fantasías...”
Suddhodana dio un codazo a Asvapati, quien se despertó sobresaltado.
-Despierta Asvapati!-ordeno el rey a su hosco acompañante.-Háblame de mi hijo. Quiero saber lo que te cuenta, que hace.-
Asvapati no tuvo tiempo de disimular su turbación.
-No has hablado con él?-inquirió el rey, escrutando al brahmán, lo cual puso a este a la defensiva.
-Nada, señor. Tal como ordenaste, Mahabali el renegado y yo hemos acordado no mencionar nunca la profecía.-
-Crees que lo sabe?-pregunto el rey tras una larga pausa.
El brahmán respondió nervioso:-Señor, él es....-
Suddhodana miro enojado al brahmán, dándole a entender que no iba a tolerar mas evasivas.
-Pronto cumplirá veintiséis años. Crees que ha progresado en sus estudios?-
-Señor, tu hijo es completamente distinto de todos los alumnos y de todos los hombres que he conocido. El único que conoce bien a Siddharta es Ananda. Ese joven es tan generoso que antepone siempre el bienestar de vuestro hijo al suyo. Es muy inteligente y un ejemplo ideal para Siddharta. Siddharta lleva la marca del gran guerrero y rey. Todos los pudimos comprobar en el campo de batalla, sin embargo...-
-Continua.-insto el rey.
El sacerdote, a quien le resultaba casi imposible mentir, guardó silencio.
-Supongo que teme reencarnarse en una rata.-murmuro irritado el rey.

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