viernes, junio 29, 2007

41-El camino.

A solas en sus aposentos privados, donde solo quedaban unas pocas esteras y su lecho, en medio del palacio vacío, el rey Suddhodana acaricio el pergamino que le había entregado su hijo. El sol resplandecía sobre su devastado reino, mientras el monarca trataba de hacer el balance de su vida.
Suddhodana se detuvo unos instantes antes de leer el pergamino. Sabía que esas eran las últimas palabras que su hijo le dirigiría en mucho tiempo. El rey se encontraba en un momento crítico de su vida, sabia que debía hallar otros motivos, otras premisas. El pasado estaba muerto y enterrado. La vida continuaba. Podía reconstruir Sakya, pero los muertos jamás resucitarían. Sus ejércitos recuperarían Sakya y aplastarían a los josalas. Luego, podría dedicarse a vivir en paz esperando a que los acontecimientos se fueran desarrollando… Y discutiendo con Asvapati.
Suddhodana desdoblo lentamente el pergamino y leyó:
“Querido padre, los hombres sabios han estudiado y analizado todo cuanto existe: la creación, los dioses, la fantasía, el poder, el bien y el mal. ¿Pero de que sirve conocer todas esas cosas? Si todavía no han descubierto la respuesta a preguntas como: ¿Por qué he de sufrir? ¿Por qué sufren los demás? No pretendo menospreciar los trabajos realizados por hombres como nuestro brahmán. Sin embargo, su luz es una luz reflejada, no el resplandor del sol, y sus palabras son meros ecos de unas palabras pronunciadas por otros. Tiene que existir algo más, algo nuevo, algo que proporcione paz. Padre, siempre has sabido que un día me marcharía. Pero cuando regrese de ser el rey de reyes, como tú deseabas. Te ofreceré el don de comprender los motivos del sufrimiento del hombre…”
Siddartha guardaba en su corazón esa nostalgia, esa añoranza por el verdadero sentido de la vida. No es que anduviera cual alma en pena, solo se manifestaba cuando los demás dejaban de entretenerlo, cuando no lo distraían. Los que lo rodeaban, vivían para distraer a Siddartha de lo problemático y fatídico de la vida. Intentaban en vano, hacerlo vivir en una jaula de oro. No sabían que nunca se puede tener encerrado y contenido a un espíritu libre. Es tan inútil como intentar frenar una ola con las manos. No se puede encerrar lo que es libre por naturaleza.
Atrás quedaban el padre, a quien tanto debía, la amada esposa y el hijo. La separación desgarro el alma del joven príncipe; pero, en su interior, ardía una llama aun más poderosa, cuya intensidad eclipso el dolor.
Se dirigió al sur, a través del reino de Koliya, y cruzo el río Anouma. Allí se quito todas las prendas y ornamentos que podían identificarlo como príncipe y las entrego a su asistente, junto con las riendas de su caballo favorito. Se cortó el cabello con el filo de su espada, se volvió hacia su acompañante y le dijo:
-Ahora, seguiré solo. Por favor, regresa al palacio y diles a mi padre y a mi esposa que no volveré a Kapilavastu hasta que haya logrado el objetivo que me propuse al abandonar la vida secular.-
Desde ese momento viajaría como mendicante religioso. Al pensar en los rigores que aguardaban al príncipe en su búsqueda solitaria, los ojos del ayudante se llenaron de lágrimas.
Siddartha sonrió bondadoso, pero le ordeno con severidad:
-Ve! Asegúrate de repetir exactamente lo que te he dicho.-
Con el corazón dolorido, pero impotente ante las circunstancias, el asistente regreso a Kapilavastu.
Siddartha decidió ponerse en marcha hacia Rajagriha (actualmente Rajgir, situada a unos cincuenta kilómetros al noreste de Gaya.), capital del poderoso reino de Magadha, que estaba a unos seiscientos kilómetros de Kapilavastu y era el centro de una nueva y floreciente cultura.
La India de aquellos días estaba experimentando cambios dramáticos. Los brahmanes, la clase sacerdotal que ocupaba el escalón mas elevado de las cuatro castas, habían tenido, hasta ese momento, el derecho exclusivo para decidir en asuntos religiosos y para oficiar las ceremonias basadas en los textos brahmánicos sagrados: los Vedas. Esto los había investido de enorme autoridad. Sin embargo, la corrupción y la decadencia que minaban sus estructuras comenzaron a debilitar su posición.
A su vez, la expansión territorial había comenzado a concentrar más poder en manos de las dos clases sociales que le seguían en importancia: los Kshatriyas, la clase de los nobles y los guerreros, que estaban a cargo del gobierno y de los asuntos militares, y los Basillas, comerciantes, terratenientes y artesanos que prosperaban merced al comercio. La influencia combinada de ambas represento una amenaza creciente para la autoridad de los brahmanes. Esas clases no solo desafiaron el pensamiento tradicional de que el destino humano estaba determinado por los dioses y los rituales, sino que comenzaron a criticar la propia autoridad religiosa.
También dentro del Brahmanismo comenzó a surgir una nueva línea de pensamiento que veía al destino humano como resultado de las acciones buenas o malas de las personas.
La inquietante transición de una época a otra siempre va acompañada de un nuevo pensamiento y ve surgir una filosofía inédita.
En tiempos de Siddartha, se produjo la aparición de numerosos pensadores liberales que repudiaron la enseñanza tradicional. Para distinguirlos de los brahmanes, se los llamo Shramana, que significa “el que se esfuerza incansablemente en la búsqueda del camino.”
Las escrituras budistas hacen referencia a los seis maestros no budistas, que fueron los más prominentes de ese grupo. Makkhali Gosala, Purana Kassapa, Ajita Kessakambala, Pakudha Kaccayana, Sanjaya Velatthiputta y Nigantha Nataputta. El más famoso es Nigantha Nataputta, fundador del jainismo. Ellos socavaron la exclusiva autoridad de los brahmanes en asuntos religiosos, una facultad que, hasta entonces, nadie había osado cuestionar. Uno de estos maestros reformistas rechazo todos los conceptos de moralidad, y sostuvo que el bien y el mal eran meros artificios creados por el hombre. Otro enseño una forma extrema de fatalismo. Y un tercero expuso una filosofía materialista, al afirmar que los seres humanos, cuando mueren, simplemente regresan a la nada. Estos reformadores fueron radicales en extremo, y sus teorías contenían un fuerte elemento nihilista.
Siddartha no estaba de acuerdo con esas filosofías extremistas. Al llegar a Rajagriha, la capital de Magadha, sin duda considero cuidadosamente la elección de un maestro que lo ayudara a buscar la iluminación y le permitiera resolver los sufrimientos humanos fundamentales: la vejez, la enfermedad y la muerte.

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